Un
día en el safari.
Hola,
me llamo Ángela. ¿Alguna vez habéis pensado en que ir al safari
sería la mejor opción para una tarde de verano? Para que os
orientéis un poco, os voy contar mi experiencia.
Era
una tarde en la aldea del fresno. Hacía un calor que se podía freír
un huevo en el capó del coche, claro, que era agosto. En esta
excursión íbamos mi tío Carlos, mi tía Paloma, mi prima Aída,
todavía bebé, mi prima Melody, mi hermana Charo, mi padre Antonio y
mi madre Conchita. Como no entrábamos todos en un solo coche, nos
dividimos en dos. Mi tía, mi tío, mis dos primas, mi hermana y yo,
íbamos en un coche (el único que tenía aire acondicionado) y mis
padres en otro. Bueno, ya que estamos bien situados, empecemos la
historia.
Nos
habían advertido que ni abriéramos las ventanas, ni saliéramos del
coche ni tocáramos el claxon. Ahora lo entiendo, yo que lo único
que quería era tocar a los animales. Empezamos bien, hacía calor,
pero veíamos a los animales. Nos paramos a ver a un león. ¡Era
gigante! De repente, se dio la vuelta, enseñándonos su enorme culo.
Y así, sin avisar ni nada, ¡se meó en toda la luna de nuestro
coche! Por lo menos, descubrimos que los leones mean hacia atrás.
Recomendación; si ves un león y te quieres esconder detrás de él
para que no te vea, no lo hagas.
Los
monos estaban muy traviesos. Se subían al coche, pero no era solo
que se subieran, era que rompían el limpiaparabrisas, los espejos
retrovisores o las antenas. Mi tío, viendo lo que los monos hacían,
aceleraba el coche, con los monos encima, y frenaba de golpe,
haciendo volar a los sorprendidos monos. Uno de ellos, supongo que
para vengarse, se sentó en la luna y empezó a cagarse. Después,
cogió la mierda y la restregó por todo el cristal. Se quedó bien a
gusto.
Nos
paramos a ver las llamas. Mi tío, haciendo caso omiso a las
advertencias, bajó la ventanilla y asomó la cabeza. La llama,
diciéndole que no se saltara las normas (a su manera claro), le
escupió en la cara. Carlos, enfadado, la golpeó y dijo:
-¡A
ver si te atreves a escupirme otra vez!
Dicho
esto, cerró la ventanilla y nos fuimos a ver a los rinocerontes. No
os imagináis lo que allí nos ocurrió.
-Y
recordad bien esto- había dicho el guardia de seguridad- si veis a
alguien parado, le preguntáis si necesita ayuda o venís con el otro
coche hasta el final del camino, donde estaremos alguno de vosotros,
¿de acuerdo?
Estábamos
por la zona de los rinocerontes, estaban dormidos en la sombra.
Parecían inofensivos. De repente, el aire acondicionado paró de
funcionar, pero mi tío seguía conduciendo, ya que no se podía
parar. Sin embargo, yo que tenía a mis primas una a cada lado…
Aída empezó a llorar y Melody, desde el otro lado, la gritaba que
parase, hasta que, como yo me esperaba, acabaron pegándose con migo
en el medio. Mi hermana me ignoraba, como si fuera problema suyo,
pero mi tía se dispuso a mandarnos para cuando el coche frenó.
Todos paramos de hacer lo que estábamos haciendo para ver qué le
sucedía a Carlos. Pasaron unos segundos, y mi tío no conseguía
arrancar el coche. Pero lo que sí consiguió, era hacer que la
bocina sonara sin parar, era un ruido muy molesto. Carlos dijo que el
problema vendría del motor, pero no podíamos salir del coche. Ya
tenía en la mano el pomo de la puerta cuando un coche se paró al
lado del nuestro.
Una
señora con un tupé gigante, bajó la ventanilla y asomó la cabeza.
Un mono que tenía en el espejo retrovisor, justo en cuanto esta
salió para preguntarnos si nos pasaba algo, le arrancó el flequillo
de golpe. Después, la señora abrió la puerta para devolvérsela al
mono, cuando este y otros más se metieron en su coche. Pero nuestras
miradas se fijaron en otro problema, mucho más peligroso.
Los
rinocerontes estaban despiertos. Se habían levantado y no parecían
contentos. De hecho, estaban empezando a mover sus patas y parecía
que echaran humo por la boca y la nariz. Mis padres, muy preocupados,
colocaron su coche entre el nuestro y los rinocerontes.
La
señora cerró la puerta de su coche, con los monos dentro y se
dirigió a la salida. Al cabo de unos minutos, un guardia de
seguridad apareció y nos arregló el coche. Los rinocerontes pararon
de asustarnos en cuanto el ruido paró. Lo que seguíamos sin tener
era aire acondicionado.
Nosotros
seguimos avanzando, pasando por un estanque con patos. Mi tío,
hambriento de todo el día, pensó que llevarnos un pato para cenar
no sería mala idea. Así que cada vez que pasábamos al lado de un
pato, bajaba la ventanilla e intentaba cogerlo. ¡Pero no veas como
corrían los patos! Parecía que no era el primero al que se le
ocurría la idea del pato para cenar.
Bueno,
espero que esto os haya podido guiar un poco para decidir si vais al
safari o no. O si vais, que allí tengan sus propios coches. En fin,
ahora lo recordamos como algo gracioso, pero en su día no lo fue,
para nada.
PCP